martes, 26 de enero de 2010


Cancioncilla

Otros querrán mausoleos
donde cuelguen los trofeos,
donde nadie ha de llorar,

y yo no los quiero, no
(que lo digo en un cantar)
porque yo
morir quisiera en el viento,
como la gente de mar
en el mar.

Me podrían enterrar
en la ancha fosa del viento.

Oh, qué dulce descansar
ir sepultado en el viento
como un capitán del viento
como un capitán del mar,
muerto en medio de la mar.
De El viento y el verso



DÁMASO ALONSO: ABUELO DE PÁJARO
.
Gotitas del jugo de un par de mandarinas que engullí para mitigar la sed del caluroso mediodía y huellas de mis dedos sudorosos tienen los poemas que he fotocopiado.
Fui a la biblioteca en busca de libros de un poeta. Hallé unos fascinantes. Leí uno de 48 intensas páginas preñadas de belleza. Tomé notas de otros. Pronto pediré prestada una antología que quiero devorar en casa, escanciando whisky y escuchando la maravillosa música del chelo de Casals.
La generación a la que pertenece mi poeta la conocí hace tiempo. Primero en el colegio, a través de una muy buena profesora de español y literatura cuyo nombre hacía justicia a su carácter estricto: se llamaba Norma. Luego por papá. Para él estos poetas representaban la venerada vanguardia que para mí puede ser la Generación Beat.
Las imágenes de estos viejos ennoblecidos por sus calvicies, sus trajes y corbatas, sus bibliotecas –hogares laberinticos y templos de sabiduría a un mismo tiempo–, y el blanco y negro de las fotografías siempre me han recordado a mi propio padre…
Hablo de los poetas españoles de la Generación del 27 y específicamente de Dámaso Alonso (1898-1990), quien nació, vivió y murió en Madrid. Hoy se cumplen 20 años del final de una larga existencia de 92 inviernos, no alcanzó a su última primavera, su buen corazón falló.
Siguiendo las enseñanzas del maestro, el poeta y filólogo español, en su labor investigadora pero teniendo en cuenta las exigencias del mediático mundo actual, estuve indagando a vuelo de pájaro por él y refrescando mi memoria… deteniéndome a picotear por aquí en las páginas de un libro, por allá en los versos de un poema, refrescando mi memoria y avivando mi sensibilidad.
Huelga decir que Dámaso Alonso se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras; ingresó en 1945 y fue director de la RAE (si se enterará que así llamo a la Real Academia Española de la Lengua, vendría a jalarme las patas: en su poema “La invasión de las siglas” deja ver su aversión por estas insignificantes –sin significado– aglomeraciones de iniciales que proliferan en la modernidad), y también fue miembro la Real Academia de la Historia; recibió el Premio Cervantes en 1978; fue catedrático y se destacó como crítico por su labor filológica y sus estudios estilísticos.
En la Residencia de Estudiantes conoció a sus futuros compañeros de generación: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, y a Luis Buñuel y Salvador Dalí.


Ahora lo que arrojó mi superficial escrutinio en la biblioteca.

Hablar sobre poesía es condenarse a una continuada inexactitud.
Dámaso Alonso
Degeneración en generación

Sin que necesariamente reaccionara en contra, la Generación del 27 supuso un paso más allá que su antecesora literaria en España, la Generación del 98. Habiendo bebido de las aguas del simbolismo y su visión del poema como objetivación de los significados inexplicables o, si se me permite, materialización de la palabra más allá de la escritura, y de acuerdo con la estética modernista europea de la época, este grupo de poetas, entre los que vale mencionar a Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Miguel Hernández y Pedro Salinas, puede inscribirse dentro de las vanguardias literarias del siglo XX, por su afán de novedad y ruptura en muchos sentidos pero también de convalidación de la herencia que sus contemporáneos desestimaban.
La experimentación llevó a algunos de ellos a cierto hermetismo y formalismo, en su incesante búsqueda de la pureza de la palabra y la autonomía del lenguaje. Para esto se valieron del automatismo y onirismo propios de la escuela surrealista. La fragmentación, la descomposición, el objetivismo fueron otros de sus recursos. Adolecieron en su momento de cierto rechazo al transcendentalismo y un aborrecimiento por el romanticismo y la subjetividad de temperamento más sensible.
Sin embargo, conforme las contingencias temporales y las circunstancias sociales se sucedieron, estos poetas fueron adquiriendo, por un lado, una ética y un compromiso que ya no les permitían sustraerse tan fácilmente de la realidad; y por otro lado, la destreza y la propiedad en el manejo de una lengua que consiguieron más que domeñar, seducir; más que moldear, nutrir, cultivar hasta que germinara y renaciera como pudo ser el propósito tácito al momento de reivindicar a Góngora en el origen del grupo: el año 1927, tercer centenario de la muerte del poeta culterano.
Así la Generación del 27 puede caracterizarse de acuerdo con Eduardo Huárag Álvarez como: virtuosismo metafórico y hondura existencial [Lima: Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004] y cuya empresa poética consistía en “elevar la realidad a un plano superior y preservar la experiencia humana a través del lenguaje, convertir los impulsos y emociones humanas en forma, en construcción verbal; trascenderse en el texto; cambiar significados limitados en valores perennes” según lo postulado por Andrew P. Debicki en su Historia de la poesía española del siglo XX.
La Generación debe su nombre a la celebración del tricentenario de muerte del ilustre poeta del Siglo de Oro español don Luis de Góngora y Argote, que en el caso de estos autores no se redujo a un mero festejo, sino que implicó el desarrollo de importantes estudios y una merecida revaloración; labor en la que Dámaso Alonso llevó la batuta de esa orquesta que compuso una bella sinfonía iniciada con la edición crítica de las Soledades (1927) y que el poeta y filólogo madrileño continuó con La lengua poética de Góngora (1935), Estudios y ensayos gongorinos (1955) y Góngora y el “Polifemo” (1960). Esta última obra la encontré disponible en la biblioteca en 3 tomos [7a. ed. Madrid: Editorial Gredos, 1985], de los cuales pienso leer el tercero a ver si por fin consigo descifrar el inexpugnable poema culterano.
Pese al entusiasmo y la devoción que mostraron por su ancestral colega, los poetas de la Generación del 27 no siguen la poética gongorina, sino que la estudian, la interpretan y la enaltecen. Incluso para Dámaso Alonso, el principal crítico y conocedor, no es modelo a seguir y es difícil hallar rastros de la poesía de Góngora en sus versos. Y aunque para estudiarla haya desarrollado la teoría de la Estilística, su propia poesía se alejó del esteticismo puro.

Amor

¡Primavera feroz! Va mi ternura
por las más hondas venas derramada,
fresco hontanar, y furia desvelada,
que a extenuante pasmo se apresura.

¡Oh qué acezar, qué hervir, oh, qué premura
de hallar, en la colina clausurada,
la llaga roja de la cueva helada,
y su cura más dulce, en la locura!

¡Monstruo fugaz, espanto de mi vida,
rayo sin luz, oh tú, mi primavera,
mi alimaña feroz, mi arcángel fuerte!

¿Hacia qué hondón sombrío me convida,
desplegada y astral, tu cabellera?
¡Amor. amor, principio de la muerte!

(Soneto de evidente acento surrealista de Dámaso Alonso en el que tradición y novedad confluyen.)


Dámaso Alonso: ¿hijo de la ira?

En Poemas puros, poemillas de la ciudad (1921, 1924), uno de sus primeros libros, se advierte –según dicen– la herencia del modernismo y de la Generación del 98, particularmente de Juan Ramón Jiménez. Para mí es más la transición desde la poesía tradicional (con formas como el soneto, por ejemplo) hacia una poesía moderna (que luego será versolibrismo), que se fija en el nuevo paisaje urbano.
Uno de sus libros más destacados es Hijos de la ira (1944, 1946), producto tanto de la conmoción de la Guerra Civil y el posterior franquismo –del que fueron víctimas dos de los más insignes poetas de la Generación del 27: Federico García Lorca y Miguel Hernández– como de esa horrenda experiencia que fue para la humanidad una nueva y devastadora guerra mundial, frente a lo cual las voces de protesta de los artistas del orbe se hicieron oír en los casos en los que no fueron acalladas; en literatura, pintura y las demás artes se plasmó una visión desgarrada y sombría de la condición humana.
Ese libro presenta una especie de misticismo agnóstico, inspirado quizá en su estudio de La poesía de San Juan de la Cruz (1942) y, definitivamente, en la filosofía existencialista. La voz del poeta acusa, maldice e impreca a Dios, eleva como una oración su reprobación hacia el creador, como se aprecia en el poema “Insomnio”. De hecho, esa rara conjunción de elementos a la que se agrega un marcado tono surrealista se mantiene en su libro Oscura noticia (1959), cuyo título precisamente proviene de San Juan de la Cruz: «La noticia que te infunde Dios, es oscura», y reaparece en una obra ulterior: Antología de nuestro monstruoso mundo; Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985), el título resulta diciente. Una y otra vez, a lo largo, de su obra, el poeta se debate en la duda como en su poema “¿Existes? ¿No existes?”, ¿es amor?, ¿es Dios?, ¿es qué?
Dámaso Alonso era un autor totalmente consagrado a su arte, pero no exclusivamente desde la creación poética: su preocupación lingüística le llevó, por ejemplo, a escribir Tres sonetos sobre la lengua castellana en 1958. Como señala Rafael Ferreres en su Aproximación a la poesía de Dámaso Alonso [Valencia: Editorial Bello, 1976], con contadas excepciones, toda la obra de este autor “está dedicada íntegramente a la poesía; unas veces como creador; otras, para estudiar de manera magistral la obra de otros poetas.”
En todo caso, apenas el Tomo X de las Obras Completas en la edición prepara por Valentín García Yebra [Madrid: Editorial Gredos, 1972-1993] se dedica a Verso y prosa literaria del autor. Son más de 700 páginas, que presentan doscientos cincuenta y tantos poemas provenientes de 10 libros diferentes, escritos desde 1921 hasta 7 décadas después… Y aun así, debido a su atención esmerada por el lenguaje, la estilística y, en general, la obra de otros autores, se le reconoce más como estudioso que como poeta: unas por otras.



Siempre he tenido la idea ilusa de que los grupos artísticos, como las bandas de rock o los equipos de futbol, son mucho más que un montón de gente con un interés en común; que en el fondo son o llegan a ser entrañables amigos y potenciales enemigos mortales…
En mi precaria pesquisa bibliográfica, me topé con un par de poemas de don Dámaso dedicados a Vicente Aleixandre, compañero en el camino de las letras y con quien tejieron juntos una longeva amistad ¡desde 1917 hasta 1984!
Volvieron entonces a aparecérseme como en un retrato tridimensional en blanco y negro Alberti, Diego, Aleixandre, Guillén y Alonso, los viejos fantasmas de mi adolescencia. Mis queridos viejos. Mis abuelos de letras y abuelos de ese pájaro en que me he convertido, ahora que revuelo por entre las páginas de estos maestros. Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo, escribía Dámaso Alonso.

Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo, escribía Dámaso Alonso.
Pues no, no es cierto, pero qué hermoso pensarlo…


He seleccionado unos versos

…verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de la alegría?)

(“La madre”)

Don Dámaso los dedica a su madre, yo los dedico a la mía.

Los siguientes también están dedicados y ella –y todo el mundo– sabe a quién…

Yo no sé si eres muerte o si eres vida,
si toco rosa en ti, si toco estrella,
si llamo a Dios o a ti cuando te llamo.

Junco en el agua o sorda piedra herida,
sólo sé que la tarde es ancha y bella,
sólo sé que soy hombre y que te amo.


(“Ciencia del amor”)

Y éstos, los que considero palabras quitadas de la boca:

Hiéreme. Sienta
mi carne tu caricia destructora.

Desde la entraña se eleva mi grito,
y no me respondías. Soledad
absoluta. Solo. Solo.

[…]

Oh, sí, yo tengo miedo
a la absoluta soledad.
Miedo a tu soledad. Siente tu garra,
tu beso de furor. Lo necesito
como un perro el castigo de su amo.
Mira:
soy hombre, y estoy solo.

(“Solo”)

pablo estrada
Bogotá, 25 de enero de 2010

A continuación mi selección particular sobre su Antología personal [Madrid: Visor, 2001].

Sueño de las dos ciervas

¡Oh terso claroscuro del durmiente!
Derribadas las lindes, fluyó el sueño.
Sólo el espacio.

Luz y sombra, dos ciervas velocísimas,
huyen hacia la fuente de aguas frescas,
centro de todo.

¿Vivir no es más que el roce de su viento?
Fuga del viento, angustia, luz y sombra:
forma de todo.

Y las ciervas, las ciervas incansables,
flechas emparejadas hacia el hito,
huyen y huyen.

El árbol del espacio. (Duerme el hombre…)
Al fin de cada rama hay una estrella.
Noche: los siglos.

(Duerme y se agita con terror: comprende.
Ha comprendido, y se le eriza el alma.
¡Gélido sueño!

Huye el gran árbol que florece estrellas,
huyen las ciervas de los pies veloces,
huye la fuente.

¿Por qué nos huyes, Dios, por qué nos huyes?
Tu veste en rastro, tu cabello en cauda,
¿dónde se anegan?

¿Hay un hondón, bocana del espacio,
negra rotura hacia la nada, donde
viertes tu aliento?

Ay, nunca formas llegarán a esencia,
nunca ciervas a fuente fugitiva.
¡Ay, nunca, nunca!)


Oración por la belleza de una muchacha

Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;

esos bultos de nieve, que bullía
al soliviar del lino la tersura,
y, prodigios de exacta arquitectura,
dos columnas que cantan tu armonía.

Ay, tú, Señor, le diste esa ladera
que en un álabe dulce se derrama,
miel secreta en el humo entredorado.

¿A qué tu poderosa mano espera?
Mortal belleza eternidad reclama.
¡Dale la eternidad que le has negado!


Mujer con alcuza

A Leopoldo Panero

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
...aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

...Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?


Monstruos

Todos los días rezo esta oración
al levantarme:

Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan
igual, igual que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo
l silencio de tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:
¡son monstruos,
estoy cercado de monstruos!
No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.

No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama con todos sus tentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente,
no, ninguno tan monstruoso
como esta alimaña que brama hacia ti,
como esta desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios,
no me atormentes más,
dime qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche”.


Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad
de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?


¿Existes? ¿No existes?

I

¿Estás? ¿No estás? Lo ignoro; sí, lo ignoro.
Que estés, yo lo deseo intensamente.
Yo lo pido, lo rezo. ¿A quién? No sé
¿A quién? ¿a quién? Problema es infinito.

¿A ti? ¿Pues cómo, si no sé si existes?
Te estoy amando, sin poder saberlo.
Simple, te estoy rezando; y sólo flota
en mi mente un enorme «Nada» absurdo.

Si es que tú no eres, ¿qué podrás decirme?
¡Ah!, me toca ignorar, no hay día claro;
la pregunta se hereda, noche a noche:
mi sueño es desear, buscar sin nada.

Me lo rezo a mi mismo: busco, busco.
Vana ilusión buscar tu gran belleza.
Siempre necio creer en mi cerebro:
no me llega más dato que la duda.

¿Quizá tú eres visible? ¿O quizá sólo
serás visible, a inmensidad soberbia?
¿Serás quizá materia al infinito,
de cósmica sustancia difundida?

¿Hallaré tu existir si intento, atónito,
encontrarte a mi ver, o en lejanía?
La mayor amplitud, cual ser inmenso,
buscaré donde el mundo me responda.

II

¿Pedir sólo lo inmenso conocido?
¿Pedir o preguntar al Universo?
No al universo de la tierra nuestra,
bajo, insensible, monstruoso, duro;

sí al Universo enorme, ya sin límites,
con planetas, los astros, las galaxias:
tal un dios material, flotando luces
en billones de años, sin fronteras.

Allí hay humanidades infinitas;
las llamo tal, mas son de extrañas formas:
nada igual a los hombres de esta tierra,
que aquí lloramos nuestra vida inmunda.

¡Extremado universo, inmenso, hermoso!
Con eterna amplitud, materias cósmicas,
avanzan infinitas las galaxias,
nebulosas: son gas, sólidas, líquidas.

III

Inmensidad, cierto es.
Mas yo no quiero
inmensidad-materia; otra es la mía,
inmateria que exista ( ¡ay, si no existe! ),
eterna, de omnisciencia, omnipotente.

No material, ¿pues qué? Te llamo espíritu
( porque en mi vida espíritu es lo sumo ).
Yo ignoro si es que existes; y si espíritu.
Yo, sin saber, te adoro, te deseo.

esto es máximo amor; mi amor te inunda;
el alma se me irradia en adorarte;
mi vida es tuya sólo ( ¿ya no dudo? ).
Amor, no sé si existes. Tuyo, te amo.



Bonus

Viaje

…cabellera era de trenes
la tarde. Y era una sed
de rutas la mar salada.

Y a mi corazón le dije
—como a un perro—:
«¡Vamos! ¡Hala!»

…A mi corazón que estaba
latiendo y llorando, sordo,
sobre la tierra desnuda
y desolada.


Mujeres

Oh, blancura. ¿Quién puso en nuestras vidas
de frenéticas bestias abismales
este claror de luces siderales,
estas nieves, con sueño enardecidas?

Oh dulces bestezuelas perseguidas.
Oh terso roce. Oh signos cenitales.
Oh músicas. Oh llamas. Oh cristales.
Oh velas altas, de la mar surgidas.

Ay, tímidos fulgores, orto puro,
quién os trajo a este pecho de hombre duro,
a este negro fragor de odio y olvido?

Dulces espectros, nubes, flores vanas...
¡Oh tiernas sombras, vagamente humanas,
tristes mujeres, de aire o de gemido!

No hay comentarios: